20090901

Antes de que hiele


Reproduzco un pasaje de un libro que estoy leyendo, los personajes son Kurt Wallander y su hija, Linda Wallander:


Linda ya se disponía a hablar de su amiga Anna cuando su padre alzó una mano. Se hallaban en el centro de un pequeño claro que se abría entre los altos árboles.
–Éste es mi cementerio –anunció el padre de improviso–. Mi aunténtico cementerio.
–¿Qué quieres decir?
–Estoy a punto de revelarte un gran secreto, tal vez uno de los más importantes en mi vida. Lo más probable es que me arrepienta mañana mismo, pero en fin... Estos árboles que ves aquí pertenecen a cada uno de mis amigos muertos. Hay también uno para mi padre, para mi madre, para todos mis parientes fallecidos. –Señaló un roblede pocos años–: Ése de ahí se lo asigné a Stefan Fredman, el indio desesperado. También él se encuentra entre mis muertos.
–¿Y la mujer de la que me hablaste ayer?
–¿Yvonne Ander? Allá –dijo, y señaló otro roble que desplegaba un poderoso entramado de ramas–. Un día, pocas semanas después de la muerte de tu abuelo, vine aquí. Me sentía como si hubiese perdido todo aquello a lo que podía aferrarme. Al morir el abuelo, la verdad tú mostraste mucha más entereza que yo. Ese día, yo estaba en la comisaría, tratando de averiguar la verdad sobre una agresión grave. Curiosamente se trataba de un joven que casi mató a su padre con un mazo. El chico mentía. De repente, sentí que no podía soportarlo más. Suspendí el interrogatorio y me vine derecho aquí. Tomé prestado un coche de la policía y, para poder salir del centro a toda velocidad, puse la sirena, lo que después me acarreó algún problema. Pero nada más llegar a este claro, sentí como si los árboles que me rodeaban fuesen las lápidas de mis muertos. Comprendí que, cuando quisiera hablar con ellos, tendría que venir aquí, no al cementerio. En este lugar me embarga una paz difícil de experimentar en ningún otro sitio. Aquí puedo abrazar a mis muertos sin que nadie me vea.
–Guardaré tu secreto, puedes estar seguro –lo tranquilizó Linda–. Y gracias por contármelo.
Se quedaron ahí un rato más, entre los árboles. Linda no quiso preguntarle cuál era el árbol del abuelo. Pero supuso que sería un robusto roble que se alzaba algo apartado de los demás.


De Antes de que hiele (Innan Frosten), escrito por Henning Mankell, traducido por Carmen Montes Cano; número 598 de la colección andanzas, Tusquets editores.




.

20090710

Del aporte de Armandís a la Academia



Pues ahí tienen que me encontraba haciendo un dictamen y un señor decía unas cosas que yo sabía incorrectas sobre la definición de paradigma y quise citar a la Real Academia Española de la Lengua (RAE) asi que consulté el Diccionario y ¡bum! Ahí estaba, una coma mal ubicada.







Pero no me la podía creer, un error en el DRAE, corrí a verificar la edición impresa que tenemos en la oficina y sí, ahí estaba. Comprobé si en el Diccionario Panhispánico de Dudas había una excepción que no conociera o hubiera olvidado, pero no, estaban los casos que recordaba. Así que, tras corroborarlo con dos colegas, Pachi y Yorch, decidí enviar una consulta al departamento de 'Español al día' de la RAE. La reproduzco tal cual la escribí:


Según el DPD, sobre el uso de la coma entre sujeto y predicado:
3. Usos incorrectos

3.1. Es incorrecto escribir coma entre el sujeto y el verbo de una oración, incluso cuando el sujeto está compuesto de varios elementos separados por comas: (X)Mis padres, mis tíos, mis abuelos, me felicitaron ayer. Cuando el sujeto es largo, suele hacerse oralmente una pausa antes del comienzo del predicado, pero esta pausa no debe marcarse gráficamente mediante coma: Los alumnos que no hayan entregado el trabajo antes de la fecha fijada por el profesor suspenderán la asignatura.

Dos son las excepciones a esta regla: cuando el sujeto es una enumeración que se cierra con etcétera (o su abreviatura etc.) y cuando inmediatamente después del sujeto se abre un inciso o aparece cualquiera de los elementos que se aíslan por comas del resto del enunciado. En esos casos aparece necesariamente una coma delante del verbo de la oración: El novio, los parientes, los invitados, etc., esperaban ya la llegada de la novia; Mi hermano, como tú sabes, es un magnífico deportista.

Ahora bien, la vigésima segunda edición del DRAE, que también puede consultarse en línea, en la entrada paradigma dice:

paradigma.

(Del lat. paradigma, y este del gr. παράδειγμα).

1. m. Ejemplo o ejemplar.
2. m. Ling. Cada uno de los esquemas formales en que se organizan las palabras nominales y verbales para sus respectivas flexiones.
3. m. Ling. Conjunto cuyos elementos pueden aparecer alternativamente en algún contexto especificado; p. ej., niño, hombre, perro, pueden figurar en El -- se queja.

¿La coma entre perro y pueden es correcta? Si tomamos como sujeto a los elementos niño, hombre, perro, no debería haber coma. Lo que me desconcierta, supongo, es el p.ej. Si se ubicara entre sujeto y verbo no tendría duda sobre el uso de la coma:

niño, hombre, perro, p. ej., pueden figurar en El -- se queja.
niño, hombre, perro,
etc., pueden figurar en El -- se queja.
niño, hombre, perro,
entre otros, pueden figurar en El -- se queja.

¿Esa coma responde a que por ejemplo extiende su influencia más allá de lo ejemplificado? De ser así, ¿no debería esto añadirse a las excepciones que marca el DPD? ¿O mi análisis de la oración es incorrecto?

Mucho agradeceré la atención que se sirvan prestar a mi duda.

--
El Armando


Esta imagen que sigue es el acuse de recibo de la consulta:







Eso fue ayer, poco antes de las 16:00. Por cuestiones de trabajo he usado este servicio antes y habían tardado en responder, en promedio, unos tres días. Sin embargo, esta vez contestaron a las 6:55 de hoy, viernes 10 de julio. Unas pocas horas después. En fin, reproduzco texto e imagen de la respuesta:





from consu6 "consu6@rae.es" 6:55 am (3 hours ago)
to "XXXXXXXXXXXXX@gmail.com"
date Jul 10, 2009 6:55 AM
subject Consultas RAE (coma entre sujeto y verbo)
mailed-by rae.es

En relación con su consulta, le remitimos la siguiente información:

Le agradecemos infinitamente su aportación y la haremos llegar al departamento correspondiente, parece ser que hubo un etcétera que se suprimió.


Reciba un cordial saludo.
__________
Departamento de «Español al día»
Real Academia Española



Ahí tienen. Estoy contento, mucho, no por encontrar un error, sino por la respuesta y por saber que en la próxima edición del Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, la vigésima tercera, tal vez haya un aporte mío.

20090708

De lo nuevo


Calientito, recién salido del horno, les dejo este poemilla que actualiza y resume mi vida las dos últimas semanas y media:



Frío, yerto, con los ojos semicerrados
recorro los espacios entre un camión y otro
una parada, los taxis, banquetas sucias;
mi cama y el trabajo, dicotomía tonta
de los días que antes eran míos.
Camino sobre las ganas de hacer
por no dejar de hacer, las ganas de antaño,
del adolescente que soñaba y hablaba alto,
del niño que miraba antes de hablar
y entendía al mundo como es:
Un dibujo roto, deslavado,
contruido con trazos gordos
como gajos de naranja,
violento, convulsivo y palpitante.
Nunca el mismo.
Cabicerrado, hombrosbajo, paticansado,
recorro las calles como un sueño
que cobrara sustancia y caminara.
Y pienso. Desde las tinieblas pienso.
Tras la cortina de humo, atisbo al mundo,
y pienso. Con ardor en los ojos pienso.
Con calambres en las pantorrillas pienso.
Pienso en lo que no tengo y que tendré.
Pienso en la luz del futuro.
Nunca el cansancio supo tan dulce
(a excepción, claro, del ir y venir,
suave, cansancio del sexo).
Pero aun en el cansancio
soy más yo que el yo de cuatro años atrás.
Más yo que el yo que habla bajito;
que el yo que asiente y calla.
Desde las tinieblas, tras los ojos lánguidos,
entre el marasmo del calor,
la inamovilidad de los días
y la inevitabilidad de la rutina


siento.

20090601

Día de la Marina


Cada 1 de junio, día de la marina, recuerdo, invariablemente, a mi abuelo José Vargas, conocido como Chocolate y también como El Marino. El primer sobrenombre se lo ganó por comer dulces a destajo. El segundo, porque fue marino desde los 18 años o antes. Él murió en 1992, el 17 de enero.

Yo tenía 12 años e iba en 1º de secundaria. La última vez que lo vi fue el 17 de diciembre del año anterior: fui a su casa con un primo para pedirle dinero para cohetes, él nos lo dio y ofreció llevarnos a la casa, pues iba para allá. Mi primo dijo que no, porque primero íbamos a comprar los cohetes. Yo le dije que sí, sentía algo raro, no me quería despedir, pero mi primo dijo que si no lo acompañaba no me daría mi parte de los ansiados e ilegales explosivos, y pudo más la amenaza.

Nunca se me ha quitado el desasosiego que sentí en los días siguientes, cuando fue a la casa y no lo vi porque no estaba, cuando fui al hospital y no me dejaron pasar por ser menor de edad, o el día que mi mamá recibió la noticia de su muerte y a su vez se la comunicó a mi abuela con unos histéricos gritos que quedaron marcados en mi memoria como marcas de fuego, y es que mi abuelo fue la primer muerte que sufrí; el desasosiego de verlo frío, en su ataúd, de ver a su gato, un siamés de nombre Socio, triste, sobre su silla de ruedas. Lo cremamos en Veracruz. Nunca he regresado al puerto mas que haciendo escala. Ni quiero ir.

Sus cenizas las esparcieron en el mar, en Roca Partida, donde chocan dos corrientes encontradas y es peligrosísimo navegar, por lo que PEMEX nos prestó un helicóptero (todavía existía el departamento de Transportes Aéreos, ahí trabajaba mi papá). Aún hoy, si escucho la canción El marinero, de Cri-Cri, lloro.

Bueno, a lo que iba. Era mi intención rescatar un texto que escribió mi abuelo precisamente para un 1 de junio, en recuerdo de sus compañeros que murieron en el Potrero del Llano. Es que mi abuelo era sobreviviente de la segunda guerra mundial, o WWII, como le dicen los gringos. Y cómo, se preguntará el lector, si México no tomó parte en la segunda guerra. Wrong! México sí participó. Al principio se mantuvo neutral. Pero Alemania propuso ser su aliado, lo único que México tendría que hacer era no vender hidrocarburos a los gringos. México siguió haciendo negocios y eso enojó mucho a Alemania. Entonces, con submarinos, mandó torpedear a los cargueros petroleros. México declaró la guerra a Alemania y mandó un escuadrón de aviación y no recuerdo qué más. Entre los barcos petroleros torpedeados están el Potrero del Llano, el Faja de Oro y el Amatlán. Son los que recuerdo.

Mi abuelo, que tenía entonces 18 años, era fogonero en el Potrero del Llano.

La nota, que él tituló A mis compañeros caídos, da cuenta de cómo escaparon del barco en llamas, que no fue fácil, tomando en cuenta que el petróleo que llevaban se derramó y se incendió frente a costas cubanas.


El Potrero del Llano en llamas




Lo que no relató es que, tras el primer impacto del torpedo, salió a cubierta sin pantalones, y cuando vio de qué se trataba, regresó a ponérselos a su camarote, pues, además, ahí llevaba sus ahorros.

Cuando lo platicaba no le creíamos, hasta que, años después de su muerte, leí en un libro que se llama Mexicanos al grito de guerra, de Mario Moya, algo así como, y cito de memoria, “ante el inminente peligro de que explotaran la caldera, los marineros se precipitaron a cubierta (el fogonero de segunda, José Vargas Ortega, ¡regresó a su camarote por sus ahorros!)”.

Después en una colección llamada Gesta del Golfo vi una foto suya de entonces, donde también lo mencionan como parte de la tripulación sobreviviente, me la enseñó Juan Márquez Acevedo, sobreviviente del Amatlán. Mi abuelo de 18 años mira al frente, muy serio, muy peinado, muy formal.

El recorte del periódico, como decía, no lo conseguí, sólo lo tiene una tía que ahora vive en el DF y que, por estos días, se está quedando en Monterrey. Se los debo.

Mi abuelo, junto con otros sobrevivientes, fue objeto de múltiples homenajes cada día de la marina, asistió a varias cenas a los Pinos y por ahí hay algunas fotos con presidentes. Lo que un submarino alemán no logró, la diabetes sí.

20090519

porque sí


Yo no escribo por necesidad, pero a veces sí necesito escribir. Suena a lo mismo, pero no lo es. No de la forma en que lo pienso. La diferencia yace en la frecuencia, creo. Empezaré por el principio. Cada que abandono este blog siento algo como angustia que sólo podría comparar con una flema de ésas que suben y bajan y producen un silbido en mi pecho cuando tengo bronquitis. A veces he subido textos de creación literaria que ya tenía hechos e incluso tareas de la facultad, como aquel ensayo sobre Nicanor Parra. Pero en general, no escribo por escribir, no me siento a meditar de manera forzada a ver qué pongo de relleno en el blog. Y los dos o tres lectores que por ahí andan deberían agradecer esto. No había sentido necesidad de postear nada y no lo hice. Se me han ocurrido cosas, pero no ha habido la necesidad apremiante de escribirlas. He podido, supongo, comentar mis lecturas (después de todo ese era el fin original de este blog), pero no me gusta abandonar el libro y correr a escribir lo que se me ocurre en el momento en que se me ocurre, después es ya tarde y no lo hago.

En fin, he terminado de leer El viaje del elefante ayer. Es el Saramago de antes. El Saramago de Ensayo sobre la ceguera y El evangelio según Jesucristo y Todos los nombres y La Balsa de piedra y La caverna. Pero he empezado a leer a Banana Yoshimoto. Sueño profundo. Y una nostalgia húmeda e indefinida se ha apoderado de mí. Mis lecturas sí influyen de cierto modo en mi ánimo. Será que las busco inconscientemente acordes con mi humor, en consonancia con, diría la jerga oficinesca. Tal vez desde antes esa melancolía lluviosa me rondaba. Mi cuarto está hecho un relajo y no siento ganas de arreglarlo ni de salir a la calle. Tal vez, decía, ya me rondaba y no me había dado cuenta, porque estaba ocupado viendo las series que bajo de internet o porque estaba deslumbrado con el estilo de Saramago o intrigado y conmovido por los casos de Kurt Wallander (he leído al hilo cinco novelas de Henning Mankell sobre este detective sueco). El chiste es que anoche empecé a leer a Banana Yoshimoto y la tristeza que se balanceaba en mi coronilla cual espada de Dámocles ha caído y la saudade, una especie de sangre ámbar, escurre por mi frente y pica en los ojos.

Hay algo triste. No sé si es la narradora o la muerte de Shiori o las noches oscuras o Tokio bajo la lluvia o yo. Ya conozco la sensación. Unas ganas de llorar se apoderan de mi y la visión se me nubla como si ya tuviera las lágrimas en los ojos y no veo bien. Entonces escribo. Lo mismo me pasa con Haruki Murakami, excepto que en él reconozco, subyacente, un delgado y casi invisible hilo de alegría del cual asirse. por momentos se pierde, pero en general es más optimista que Yoshimoto, quizá menos triste.

En estos casos escribo como una respuesta natural a los estímulos exteriores y porque me ayuda a lidiar con lo que brota de la tristeza. Pero en ocasiones escribo porque se me ocurrió una buena idea para un cuento o porque quiero decirle algo a alguien pero no me atrevo o escribo porque sí, porque puedo. Creo que por ahí va. No escribo porque necesite escribir, porque no sepa otra cosa, sino porque quiero, porque me gusta. Ahí tienen.