20090519

porque sí


Yo no escribo por necesidad, pero a veces sí necesito escribir. Suena a lo mismo, pero no lo es. No de la forma en que lo pienso. La diferencia yace en la frecuencia, creo. Empezaré por el principio. Cada que abandono este blog siento algo como angustia que sólo podría comparar con una flema de ésas que suben y bajan y producen un silbido en mi pecho cuando tengo bronquitis. A veces he subido textos de creación literaria que ya tenía hechos e incluso tareas de la facultad, como aquel ensayo sobre Nicanor Parra. Pero en general, no escribo por escribir, no me siento a meditar de manera forzada a ver qué pongo de relleno en el blog. Y los dos o tres lectores que por ahí andan deberían agradecer esto. No había sentido necesidad de postear nada y no lo hice. Se me han ocurrido cosas, pero no ha habido la necesidad apremiante de escribirlas. He podido, supongo, comentar mis lecturas (después de todo ese era el fin original de este blog), pero no me gusta abandonar el libro y correr a escribir lo que se me ocurre en el momento en que se me ocurre, después es ya tarde y no lo hago.

En fin, he terminado de leer El viaje del elefante ayer. Es el Saramago de antes. El Saramago de Ensayo sobre la ceguera y El evangelio según Jesucristo y Todos los nombres y La Balsa de piedra y La caverna. Pero he empezado a leer a Banana Yoshimoto. Sueño profundo. Y una nostalgia húmeda e indefinida se ha apoderado de mí. Mis lecturas sí influyen de cierto modo en mi ánimo. Será que las busco inconscientemente acordes con mi humor, en consonancia con, diría la jerga oficinesca. Tal vez desde antes esa melancolía lluviosa me rondaba. Mi cuarto está hecho un relajo y no siento ganas de arreglarlo ni de salir a la calle. Tal vez, decía, ya me rondaba y no me había dado cuenta, porque estaba ocupado viendo las series que bajo de internet o porque estaba deslumbrado con el estilo de Saramago o intrigado y conmovido por los casos de Kurt Wallander (he leído al hilo cinco novelas de Henning Mankell sobre este detective sueco). El chiste es que anoche empecé a leer a Banana Yoshimoto y la tristeza que se balanceaba en mi coronilla cual espada de Dámocles ha caído y la saudade, una especie de sangre ámbar, escurre por mi frente y pica en los ojos.

Hay algo triste. No sé si es la narradora o la muerte de Shiori o las noches oscuras o Tokio bajo la lluvia o yo. Ya conozco la sensación. Unas ganas de llorar se apoderan de mi y la visión se me nubla como si ya tuviera las lágrimas en los ojos y no veo bien. Entonces escribo. Lo mismo me pasa con Haruki Murakami, excepto que en él reconozco, subyacente, un delgado y casi invisible hilo de alegría del cual asirse. por momentos se pierde, pero en general es más optimista que Yoshimoto, quizá menos triste.

En estos casos escribo como una respuesta natural a los estímulos exteriores y porque me ayuda a lidiar con lo que brota de la tristeza. Pero en ocasiones escribo porque se me ocurrió una buena idea para un cuento o porque quiero decirle algo a alguien pero no me atrevo o escribo porque sí, porque puedo. Creo que por ahí va. No escribo porque necesite escribir, porque no sepa otra cosa, sino porque quiero, porque me gusta. Ahí tienen.