20150208

El hundimiento del Potrero del Llano

El motivo principal por el que México declaró el estado de guerra el 22 de mayo de 1942 contra Alemania y los países aliados Italia y Japón fue el bombardeo el día 13 de mayo al navío no combatiente Potrero del Llano, por el submarino nazi U-564, bajo el mando del comandante Reinhard Suhren. El barco mexicano llevaba las luces encendidas de modo que fuera visible la bandera mexicana, mi abuelo, de 18 años, era fogonero. De los 35 tripulantes, 14 murieron.


Tras el torpedeo, México exigió a los países del eje, a través de Suecia, “una satisfacción completa, así como las garantías de que le serán debidamente cubiertas las indemnizaciones por los daños y perjuicios sufridos”. Alemania se rehusó a recibir la nota diplomática y, por respuesta, hundió el día 20 de mayo al Faja de Oro, otro buque petrolero.
     El presidente Ávila Camacho, tras reunirse con sus ministros de Estado, emitió la declaratoria. Entonces era secretario de Gobernación el veracruzano Adolfo Ruiz Cortines, quien posteriormente fue presidente (1952-1958). Después de la declaratoria, el general Lázaro Cárdenas del Río fue nombrado secretario de Guerra y Marina.
   Las naves mexicanas hundidas, además de las mencionadas, fueron el Tuxpan, el 26 de junio; al día siguiente, a las 7:22 horas, corrió igual suerte Las Choapas, y a las 4:28 horas el Oaxaca; el 4 de septiembre, el Amatlán, y finalmente, el 19 de octubre de 1944, cuando ya los barcos iban artillados, se hundió el Juan Casiano.
     Mario Moya Palencia, político y diplomático mexicano, narra en su investigación que, según el ingeniero Ulrich Gabler, parte de la tripulación del U-564, en el caso de Potrero del Llano, no recibieron órdenes de Alemania de no atacarlo, de acuerdo con el protocolo para los barcos de países neutrales. Además, pese a que notaron que era un buque mercante y no estaba armado, no pudieron identificar ni la bandera ni el país, insignia y leyenda que llevaba el buque en un costado. El submarino estaba ubicado perpendicularmente, por eso el torpedo lo partió por la mitad.
     El propio Teddy Suhren narró que, pese a que el Potrero del Llano iba iluminado, el movimiento del oleaje no le permitió leer de qué país era y la bandera (sin el escudo del águila) no la tenían registrada. En esos casos, la decisión recaía en el capitán. Refiere Gabler que el kapitänleutnant Teddy Suhren, tras 10 segundos de reflexionar, ordenó el ataque.
   Según la prensa estadounidense, el buque mexicano iba profusamente iluminado y el submarino nazi lo siguió cerca de media hora, hasta que decidió atacarlo. Como sea, en su informe el comandante Suhren no consignó ni el nombre ni la nacionalidad del barco. Lo que hace pensar al autor de Mexicanos al grito de guerra que el Potrero del Llano fue hundido por error, que es lo que los alemanes han sostenido.
     Si le creemos al profesor Jürgen Rohwer –descrito por Moya Palencia como el historiador más capacitado en guerra submarina–, el comandante Suhren supo hasta 1983 que había hundido un buque mexicano, un año antes de su muerte, cuando escribía su autobiografía Hojas de roble mojadas, y acudió al propio Rohwer por información.
     Sobre el otro lado, el del buque hundido, mi abuelo escribió un pequeño texto, en 1989, al que tituló A la memoria de los compañeros caídos, y que se publicó postumamente en mayo de 1992. En él, mi abuelo relata que a las 23:55 se sintió una fuerte explosión, la literas, sueltas por el impacto, lo aprisionaron, las llamas iluminaban todo, por lo que sintió gran desesperación y logró liberarse. Descalzo agarró un salvavidas y salió a cubierta, en el camino encontró a algunos compañeros
“que con el terror reflejado en el rostro veían atónitos cómo la superestructura, el puente y el entrepuente habían desaparecido (...) El diesel encendido rodaba en la cubierta de un lado a otro encendiéndolo todo. El viejo contramaestre Genaro Rojas había puesto en las jarcias 8 o 10 tablones en caso de que sucediera lo que ya había sucedido, optamos por agruparnos y el contramaestre nos dijo que nos íbamos a tirar detrás del tablón. El mar para esto se había convertido en una laguna ardiendo por el diesel. Echamos en ese procedimiento un tablón con cinco o seis compañeros, al final quedamos a bordo seis compañeros y cuatro tablones. Como no se podía hacer lo mismo, optamos por amarrar los tablones con un cabo de pulgada y los echamos por el costado al agua, amarrados a la jarcia para poder bajar los seis que quedábamos (...) otros compañeros se lanzaron al agua sin nada absolutamente de protección, algunos de ellos murieron quemados en el mar al encenderse el diesel en el agua que nadaban”.
Lo que mi abuelo no narró ahí, fue que se regresó a su camarote a ponerse los pantalones y tomar sus ahorros. Mario Moya sí consignó el hecho de manera anecdótica: “ante el peligro de las calderas exploten y con valor sobrehumano, los tripulantes se arrojan al mar, otros tardan en echarse al mar –como el fogonero José Vargas, que regresa a su camarote de proa ¡a ponerse los pantalones y recoger sus ahorros!–”.

De ahí los recogió un guardacostas de Estados Unidos y los llevó a Miami. Un recorte de un reportaje de la época muestra a mi abuelo y cinco de sus compañeros en un hotel de Miami, oyendo la radio, días antes de que volaran a México, donde acompañaron al presidente Manuel Ávila Camacho en el zócalo de la Ciudad de México, cuando dio su discurso sobre la participación de México en la guerra. El recorte, que lo tengo gracias a la maravilla del internet, tengo entendido que apareció en varios periódicos de la época, porque los estadounidenses sabían que significaría la declaración de guerra de México a las potencias del Eje.

En una colección llamada Gesta en el Golfo, de la que incluso se sirvió Moya Palencia para escribir el libro mencionado, vi una foto suya de entonces. Mi abuelo de 18 años mira al frente, muy serio, muy peinado, muy formal.

Concluyo con otra cita de mi abuelo, José Vargas Ortega, de 1989: “estos hechos a 47 años de sucedidos, los recuerdo con tristeza, pues mi vienen a la memoria mis compañeros y amigos que murieron en el Potrero del Llano, que fue el primer buque mexicano torpedeado de la Marina Mexicana y el primero en la Segunda Guerra Mundial, y me llena más de tristeza el hecho de que ni el gobierno ni la empresa de Petróleos Mexicanos y menos el sindicato se han preocupado jamás por otorgarle algún beneficio de ninguna clase a los supervivientes de los barcos hundidos de la flota petrolera que aún vivimos. A 47 años de distancia los recuerdo con emoción y con fraternal cariño”.


Publicado originalmente en La Jornada Veracruz

20150126

Cachito Vega y el Escuadrón 201

Subteniente Fausto Vega Santander
En dos o tres ocasiones anteriores había escuchado que un novio de mi abuela murió en la guerra, pero hace poco, al oír el nombre y que pertenecía al Escuadrón 201 –conocido también como Águilas Aztecas– me interesé más y empecé a interrogarla. Más tarde, al buscar información sobre Cachito Vega –mi abuela no recordaba su nombre– el único de los pilotos caídos con ese apellido era el subteniente Fausto Vega Santander, de Tuxpan.

     Al decir guerra me refiero por supuesto a la Segunda Guerra Mundial. La participación de México en ésta fue tan mínima que muchas personas la desconocen, se reduce a los aspectos siguientes: los mexicanos que se enlistaron en el ejército de los Estados Unidos; los braceros que cubrieron el déficit de mano de obra en los campos de ese país; la fabricación de T.N.T. y cartuchos para armas portátiles para el ejército estadounidense; los buques nacionales hundidos por submarinos alemanes como una provocación, el patrullaje de las costas con elementos propios y el heroico Escuadrón 201 de la Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana (FAEM) –lo que hace a ésta la única unidad militar mexicana que ha combatido fuera del territorio nacional–.

La Escuadrilla Águilas Aztecas al parecer es un nombre que
eligió el Escuadrón 201 en los entrenamientos con la USAAF
     Tras confirmar que Fausto Vega era el mismo Cachito de los recuerdos de mi abuela, y leer la entrada en la Wikipedia sobre él, le enseñé una foto que hallé en otro sitio, y no quedó duda: mi abuela era la novia perdida del héroe tuxpeño Cachito Vega. Al ver su foto dijo: “tenía una sonrisa muy bonita, se sonreía de lado, con la boca chueca”, con una emoción visible.
     Ella lo conoció en el DF, su familia le rentaba un cuarto a su hermano Esteban, al que conocían de Tuxpan, Cachito llegó de visita, venía de la escuela de aviación en Guadalajara “y ahí nos hicimos noviecitos”, recuerda mi abuela, días antes de que partiera con su escuadrón, las Águilas Aztecas, a reunirse con la Fuerza Aérea de los Estados Unidos (USAAF, por sus siglas en inglés).
     La importancia del Escuadrón 201 en la guerra es, como el de tantas otras unidades de diversos países, un esfuerzo conjunto; según el capitán Henry H. Arnold, comandante en jefe de las Fuerzas Aéreas Aliadas, los pilotos de la FAEM con bombas de fragmentación y de fuego pusieron completamente fuera de combate a unos 30 mil japoneses. “Más tarde hicieron siete vuelos sobre Formosa, prestando así valiosísimo concurso durante esas operaciones, que precedieron a nuestro avance sobre las islas Riukiu al sur del Japón”.
     Sin embargo, la repercusión en el territorio nacional fue de mayor dimensión, pues el ejército mejoró considerablemente: se puso en vigor el Servicio Militar Nacional, construyeron campos militares con cuarteles amplios e higiénicos; la Intendencia dejó de ser una oficina de trámite y se convirtió en un servicio eficiente de alimentación, vestuario y equipo; se adquirieron vehículos, ametralladoras antiaéreas y morteros de grueso calibre, obuses de 155 mm. y anticarros; la Fuerza Aérea llegó a contar con más de 300 aparatos; se puso al día el servicio de transmisiones; se inauguró el Hospital Militar; se crearon de modo permanente las divisiones, los regimientos de infantería, la brigada motomecanizada, la artillería de costa, las escuelas de conductores de vehículos y de artificios, los grupos de asalto y los paracaidistas; se instituyó el seguro de vida para los militares, entre otras cosas. A su regreso de la guerra, el Escuadrón 201 fue recibido con honores y con una “manifestación patriótica”, según señaló el diario El Universal en la época.
     El Escuadrón perdió a cinco hombres en las Filipinas, a dos más en ejercicios de entrenamientos y a un operador de radio por enfermedad, Cachito Vega estaba entre los primeros
     Cito a la Wikipedia:
El 1º de junio de 1945, a la edad de 21 años, el P-47 Thunderbolt del joven aviador fue abatido por las defensa antiaéreas enemigas durante una arriesgada misión de bombardeo en picada contra un emplazamiento japonés ubicado en la Bahía de Súbic. Aunque el ataque mexicano, al mando del teniente Carlos Garduño Núñez fue un éxito, el servicio de búsqueda y rescate de la USAAF confirmó que el avión de Vega se hundió en el mar de Luzón sin dejar rastros.

Mi abuela se enteró como el resto del país de la muerte de Cachito Vega, en las noticias, y sintió mucha tristeza. No supo, hasta que yo le referí lo hallado en internet, que el Aeropuerto de Tuxpan –si bien militar– lleva su nombre, Fausto Vega Santander, lo mismo que la calle donde nació. Que se le considera un héroe nacional y que incluso le han dedicado poemas, eso sin contar los múltiples honores que en conjunto le han dedicado al Escuadrón 201, como la estación del Metro en el DF y el mausoleo conmemorativo en el bosque de Chapultepec. 


Un caza P-47D del Escuadrón 201 sobrevolando las Filipinas (1945)



Publicado originalmente en La Jornada Veracruz

20141029

Décimas recicladas



Rompiendo de nuevo el hielo
de mis manos congeladas
la pluma paralizada
despierta, como el anhelo
de verte otra vez, mi cielo,
dormir contigo en tu cama,
de quitarte la piyama,
cobijarte con mis besos,
acariciarte los huesos,
quemar mi lengua en tu flama.

Desde tu cama a la mía
el mal de ausencia me sigue,
en mi bruma se percibe
cual grito que cada día
aumenta, y que me guía
hasta una zanja en el suelo
donde caigo, donde duelo,
y sólo tu voz soñada
surgiendo desde la nada
puede salvarme, mi cielo.

Un flagelo que me habita
y que me roba el aliento
que me nubla el pensamiento
y que mis manos agita
siento en mi pecho, chiquita,
como el día que en el marco
de la puerta de tu cuarto
te besé por vez primera,
mi corazón se acelera,
me derrito, soy un charco.

Te escribo por no pensar
que estamos lejos, mi vida,
por no dejar que, transida,
el alma en hondo pesar
se permita imaginar
cómo sería perderte,
imaginar que la muerte
es dulce si tú no estás,
imaginar que te vas
y me dejas a mi suerte.

En estos días no puedo
pensar en ti sin dolor
pues la distancia, mi amor,
me ha amarrado como puerco.
Prendido de tu recuerdo
visito de nuevo el lugar
al que me quiero mudar
y pasar mil noches tiernas:
donde se anudan tus piernas,
y a tu lado dormitar.

20101103

Para mis muertos



La madrugada del miércoles 3 de noviembre saqué, como todas las noches desde que nos mudamos, a pasear a mi perro. De regreso, sobre Acueducto, una luz en una ventana me llamó la atención, eran casi las dos de la mañana. Desde la calle, tras pasar un patio, la vista se topaba con una mesa puesta. Al fondo, una barra dividía la cocina del comedor. En el centro de la mesa, un florero alto con cempasúchil dominaba el cuadro. Los platos y los vasos en su lugar, como si esperaran tener muchos comensales esa noche, y alrededor del florero, platos con comida. Fue acaso segundo y medio, pero casi podría jurar que vi pétalos de cempasúchil regados sobre el mantel. Debía haberlos.

Pensé entonces, puesto que los días anteriores no estaba, que lo habían puesto algo tarde. Enseguida me corregí: nunca es tarde para pensar o celebrar a tus muertos. Yo, por ejemplo, no puse altar ni prendí veladoras ni dejé mandarinas en la mesa del comedor, pero mis muertos siempre van conmigo. En la casa, lloré largo largo.

Abuelo José: Perdóname si alguna vez refunfuñé porque me mandaron a la esquina a esperar que te llevaran, si me enojé cuando teníamos que cargarte al subir las escaleras y si algún gruñido se me escapó cuando batallaba por subir tu silla de ruedas a la banqueta, pero es que era un niño y no sabía que me durarías tan poco. Perdóname también si me enojé contigo cuando supe que tú le dijiste a mi madre que era muy pequeño para saber que mi padre había muerto, no fue justo, no estabas ya para defenderte, para decirme que lo hiciste por amor, porque no querías que yo sufriera. Recuerdo todas las historias que me contaste y quisiera que me hubieras contado más, saber más de ti, de tu familia; recuerdo también tu olor, tus pañuelos, el tacto rasposo de tu barba.

Abuelo Octavio: No te conocí, al menos no te recuerdo. Pero sé que me amaste. Cuando me acuerdo lo que me contó mi abuela Ana, que desde la ventana de tu cuarto en el Seguro Social me veías jugar, y luego le decías a mi abuela, “lo vi jugando” y llorabas, se me hace el corazón chiquito. Yo quería conocerte, de veras, pero nunca me llevaron a verte. Tal vez mi amor por el cine te lo debo a ti.

Abuela Ana: Te conocí pequeña y frágil, pero sé que fuiste un titán cuando joven. Eso se requiere cuando crías a 16 hijos y les das de comer a todos con una gallina, incluida a la esposa de mi papá, embarazada de mí. Gracias, abuela, por hablarme de mi padre, “Julio bonito”, gracias por salpicarme con un poco de ese amor infinito que sentías por él, tú me hiciste conocer a mi papá y me lo devolviste un poco. Si nadie lo hubiera amado más que tú, con ese amor le bastaba.

Tía Lina: sin ser mi madre me cuidaste, me alimentaste, me quitaste el hambre muchas veces. Siento que no te lo agradecí lo suficiente. Gracias. Lloré mucho tu muerte (te sigo llorando) y maldije mil veces al cáncer.

Profe Danilo: Gracias por hacer de mí el hombre que soy, por ayudarme a moldearme. Fue un gran hombre. En mi colección de figuras paternas siempre ha sido usted el más cercano a mi corazón. Me dolió mucho no haber ido a su funeral ni haberlo visto en esos últimos días del cáncer. Regresar a la escuela donde me dio clases y donde luego fue mi jefe y me dio consejos y donde siempre siempre fue mi amigo me duele mucho, porque usted ya no está. Pablo y yo lo recordamos cada vez que tomamos y lloramos por su ausencia.

Tío Leobardo: Te parecías a mi padre, eras su hermano menor y estos dos motivos me bastaban para quererte. Sin contar tu bondad hacia mí, los libros que me prestabas, los consejos. No supe de tu enfermedad ni de tu muerte el día de mi cumpleaños hasta hace un mes y me dolió mucho. Pero ya estás con mi padre.

Blandelino: Te fuiste antes de que hubiera aprendido más cosas de ti. Pero gracias por lo que me enseñaste, gracias por tu paciencia y por creer en mí. Fuiste de los primeros en hacerlo y eso nunca lo olvidaré.

Ricardo: Te fuiste mucho muy joven, antes de que fuéramos amigos de verdad. Perdón si tú me considerabas realmente tu amigo y yo no, pero compartimos muy pocas cosas, aún así, el dolor de tu muerte y la sorpresa aún recorren mi espina cuando pienso en ti.

Bebé, Fallito, tu muerte a los cinco meses de haber nacido es la peor tragedia que ha sufrido mi familia y la que he sufrido yo. No puedo pensar en ti sin llorar, pero con todo, no cambiaría este dolor que aún me oprime el pecho. Conocerte fue una bendición, verte sonreír con la cánula saliendo de tu garganta. Ojalá hubiera podido cargarte más, mi bebé, mi chiquito, y besar más tus mejillas grandes. Te extrañaré siempre. Te amo.

Padre mío, papito, llevo tu rostro sobre el mío como máscara mortuoria. Tu muerte es una herida en mi costado. Ya no despierto en la madrugada, llorando porque te necesito, pero aún pienso en ti. Cargo tu legado, soy tu herencia al mundo, soy tu carne, tu sangre, soy tú, soy tu muerte y tu vida. Te extraño, extraño al que hubiera sido si hubiera crecido contigo. Tal vez sabría tocar la guitarra, trabajar la madera, tal vez habría empezado a escribir antes. Mi primer recuerdo es estar sentado en tu regazo, tú movías hacia arriba y hacia abajo tu garganta, yo no entendía cómo lo hacías y quería agarrarla; mi madre dice que no puedo acordarme porque cuando hacías eso yo apenas era un bebé, pero me acuerdo. Espero hacerte sentir orgulloso.

20090901

Antes de que hiele


Reproduzco un pasaje de un libro que estoy leyendo, los personajes son Kurt Wallander y su hija, Linda Wallander:


Linda ya se disponía a hablar de su amiga Anna cuando su padre alzó una mano. Se hallaban en el centro de un pequeño claro que se abría entre los altos árboles.
–Éste es mi cementerio –anunció el padre de improviso–. Mi aunténtico cementerio.
–¿Qué quieres decir?
–Estoy a punto de revelarte un gran secreto, tal vez uno de los más importantes en mi vida. Lo más probable es que me arrepienta mañana mismo, pero en fin... Estos árboles que ves aquí pertenecen a cada uno de mis amigos muertos. Hay también uno para mi padre, para mi madre, para todos mis parientes fallecidos. –Señaló un roblede pocos años–: Ése de ahí se lo asigné a Stefan Fredman, el indio desesperado. También él se encuentra entre mis muertos.
–¿Y la mujer de la que me hablaste ayer?
–¿Yvonne Ander? Allá –dijo, y señaló otro roble que desplegaba un poderoso entramado de ramas–. Un día, pocas semanas después de la muerte de tu abuelo, vine aquí. Me sentía como si hubiese perdido todo aquello a lo que podía aferrarme. Al morir el abuelo, la verdad tú mostraste mucha más entereza que yo. Ese día, yo estaba en la comisaría, tratando de averiguar la verdad sobre una agresión grave. Curiosamente se trataba de un joven que casi mató a su padre con un mazo. El chico mentía. De repente, sentí que no podía soportarlo más. Suspendí el interrogatorio y me vine derecho aquí. Tomé prestado un coche de la policía y, para poder salir del centro a toda velocidad, puse la sirena, lo que después me acarreó algún problema. Pero nada más llegar a este claro, sentí como si los árboles que me rodeaban fuesen las lápidas de mis muertos. Comprendí que, cuando quisiera hablar con ellos, tendría que venir aquí, no al cementerio. En este lugar me embarga una paz difícil de experimentar en ningún otro sitio. Aquí puedo abrazar a mis muertos sin que nadie me vea.
–Guardaré tu secreto, puedes estar seguro –lo tranquilizó Linda–. Y gracias por contármelo.
Se quedaron ahí un rato más, entre los árboles. Linda no quiso preguntarle cuál era el árbol del abuelo. Pero supuso que sería un robusto roble que se alzaba algo apartado de los demás.


De Antes de que hiele (Innan Frosten), escrito por Henning Mankell, traducido por Carmen Montes Cano; número 598 de la colección andanzas, Tusquets editores.




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20090710

Del aporte de Armandís a la Academia



Pues ahí tienen que me encontraba haciendo un dictamen y un señor decía unas cosas que yo sabía incorrectas sobre la definición de paradigma y quise citar a la Real Academia Española de la Lengua (RAE) asi que consulté el Diccionario y ¡bum! Ahí estaba, una coma mal ubicada.







Pero no me la podía creer, un error en el DRAE, corrí a verificar la edición impresa que tenemos en la oficina y sí, ahí estaba. Comprobé si en el Diccionario Panhispánico de Dudas había una excepción que no conociera o hubiera olvidado, pero no, estaban los casos que recordaba. Así que, tras corroborarlo con dos colegas, Pachi y Yorch, decidí enviar una consulta al departamento de 'Español al día' de la RAE. La reproduzco tal cual la escribí:


Según el DPD, sobre el uso de la coma entre sujeto y predicado:
3. Usos incorrectos

3.1. Es incorrecto escribir coma entre el sujeto y el verbo de una oración, incluso cuando el sujeto está compuesto de varios elementos separados por comas: (X)Mis padres, mis tíos, mis abuelos, me felicitaron ayer. Cuando el sujeto es largo, suele hacerse oralmente una pausa antes del comienzo del predicado, pero esta pausa no debe marcarse gráficamente mediante coma: Los alumnos que no hayan entregado el trabajo antes de la fecha fijada por el profesor suspenderán la asignatura.

Dos son las excepciones a esta regla: cuando el sujeto es una enumeración que se cierra con etcétera (o su abreviatura etc.) y cuando inmediatamente después del sujeto se abre un inciso o aparece cualquiera de los elementos que se aíslan por comas del resto del enunciado. En esos casos aparece necesariamente una coma delante del verbo de la oración: El novio, los parientes, los invitados, etc., esperaban ya la llegada de la novia; Mi hermano, como tú sabes, es un magnífico deportista.

Ahora bien, la vigésima segunda edición del DRAE, que también puede consultarse en línea, en la entrada paradigma dice:

paradigma.

(Del lat. paradigma, y este del gr. παράδειγμα).

1. m. Ejemplo o ejemplar.
2. m. Ling. Cada uno de los esquemas formales en que se organizan las palabras nominales y verbales para sus respectivas flexiones.
3. m. Ling. Conjunto cuyos elementos pueden aparecer alternativamente en algún contexto especificado; p. ej., niño, hombre, perro, pueden figurar en El -- se queja.

¿La coma entre perro y pueden es correcta? Si tomamos como sujeto a los elementos niño, hombre, perro, no debería haber coma. Lo que me desconcierta, supongo, es el p.ej. Si se ubicara entre sujeto y verbo no tendría duda sobre el uso de la coma:

niño, hombre, perro, p. ej., pueden figurar en El -- se queja.
niño, hombre, perro,
etc., pueden figurar en El -- se queja.
niño, hombre, perro,
entre otros, pueden figurar en El -- se queja.

¿Esa coma responde a que por ejemplo extiende su influencia más allá de lo ejemplificado? De ser así, ¿no debería esto añadirse a las excepciones que marca el DPD? ¿O mi análisis de la oración es incorrecto?

Mucho agradeceré la atención que se sirvan prestar a mi duda.

--
El Armando


Esta imagen que sigue es el acuse de recibo de la consulta:







Eso fue ayer, poco antes de las 16:00. Por cuestiones de trabajo he usado este servicio antes y habían tardado en responder, en promedio, unos tres días. Sin embargo, esta vez contestaron a las 6:55 de hoy, viernes 10 de julio. Unas pocas horas después. En fin, reproduzco texto e imagen de la respuesta:





from consu6 "consu6@rae.es" 6:55 am (3 hours ago)
to "XXXXXXXXXXXXX@gmail.com"
date Jul 10, 2009 6:55 AM
subject Consultas RAE (coma entre sujeto y verbo)
mailed-by rae.es

En relación con su consulta, le remitimos la siguiente información:

Le agradecemos infinitamente su aportación y la haremos llegar al departamento correspondiente, parece ser que hubo un etcétera que se suprimió.


Reciba un cordial saludo.
__________
Departamento de «Español al día»
Real Academia Española



Ahí tienen. Estoy contento, mucho, no por encontrar un error, sino por la respuesta y por saber que en la próxima edición del Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, la vigésima tercera, tal vez haya un aporte mío.