20150208

El hundimiento del Potrero del Llano

El motivo principal por el que México declaró el estado de guerra el 22 de mayo de 1942 contra Alemania y los países aliados Italia y Japón fue el bombardeo el día 13 de mayo al navío no combatiente Potrero del Llano, por el submarino nazi U-564, bajo el mando del comandante Reinhard Suhren. El barco mexicano llevaba las luces encendidas de modo que fuera visible la bandera mexicana, mi abuelo, de 18 años, era fogonero. De los 35 tripulantes, 14 murieron.


Tras el torpedeo, México exigió a los países del eje, a través de Suecia, “una satisfacción completa, así como las garantías de que le serán debidamente cubiertas las indemnizaciones por los daños y perjuicios sufridos”. Alemania se rehusó a recibir la nota diplomática y, por respuesta, hundió el día 20 de mayo al Faja de Oro, otro buque petrolero.
     El presidente Ávila Camacho, tras reunirse con sus ministros de Estado, emitió la declaratoria. Entonces era secretario de Gobernación el veracruzano Adolfo Ruiz Cortines, quien posteriormente fue presidente (1952-1958). Después de la declaratoria, el general Lázaro Cárdenas del Río fue nombrado secretario de Guerra y Marina.
   Las naves mexicanas hundidas, además de las mencionadas, fueron el Tuxpan, el 26 de junio; al día siguiente, a las 7:22 horas, corrió igual suerte Las Choapas, y a las 4:28 horas el Oaxaca; el 4 de septiembre, el Amatlán, y finalmente, el 19 de octubre de 1944, cuando ya los barcos iban artillados, se hundió el Juan Casiano.
     Mario Moya Palencia, político y diplomático mexicano, narra en su investigación que, según el ingeniero Ulrich Gabler, parte de la tripulación del U-564, en el caso de Potrero del Llano, no recibieron órdenes de Alemania de no atacarlo, de acuerdo con el protocolo para los barcos de países neutrales. Además, pese a que notaron que era un buque mercante y no estaba armado, no pudieron identificar ni la bandera ni el país, insignia y leyenda que llevaba el buque en un costado. El submarino estaba ubicado perpendicularmente, por eso el torpedo lo partió por la mitad.
     El propio Teddy Suhren narró que, pese a que el Potrero del Llano iba iluminado, el movimiento del oleaje no le permitió leer de qué país era y la bandera (sin el escudo del águila) no la tenían registrada. En esos casos, la decisión recaía en el capitán. Refiere Gabler que el kapitänleutnant Teddy Suhren, tras 10 segundos de reflexionar, ordenó el ataque.
   Según la prensa estadounidense, el buque mexicano iba profusamente iluminado y el submarino nazi lo siguió cerca de media hora, hasta que decidió atacarlo. Como sea, en su informe el comandante Suhren no consignó ni el nombre ni la nacionalidad del barco. Lo que hace pensar al autor de Mexicanos al grito de guerra que el Potrero del Llano fue hundido por error, que es lo que los alemanes han sostenido.
     Si le creemos al profesor Jürgen Rohwer –descrito por Moya Palencia como el historiador más capacitado en guerra submarina–, el comandante Suhren supo hasta 1983 que había hundido un buque mexicano, un año antes de su muerte, cuando escribía su autobiografía Hojas de roble mojadas, y acudió al propio Rohwer por información.
     Sobre el otro lado, el del buque hundido, mi abuelo escribió un pequeño texto, en 1989, al que tituló A la memoria de los compañeros caídos, y que se publicó postumamente en mayo de 1992. En él, mi abuelo relata que a las 23:55 se sintió una fuerte explosión, la literas, sueltas por el impacto, lo aprisionaron, las llamas iluminaban todo, por lo que sintió gran desesperación y logró liberarse. Descalzo agarró un salvavidas y salió a cubierta, en el camino encontró a algunos compañeros
“que con el terror reflejado en el rostro veían atónitos cómo la superestructura, el puente y el entrepuente habían desaparecido (...) El diesel encendido rodaba en la cubierta de un lado a otro encendiéndolo todo. El viejo contramaestre Genaro Rojas había puesto en las jarcias 8 o 10 tablones en caso de que sucediera lo que ya había sucedido, optamos por agruparnos y el contramaestre nos dijo que nos íbamos a tirar detrás del tablón. El mar para esto se había convertido en una laguna ardiendo por el diesel. Echamos en ese procedimiento un tablón con cinco o seis compañeros, al final quedamos a bordo seis compañeros y cuatro tablones. Como no se podía hacer lo mismo, optamos por amarrar los tablones con un cabo de pulgada y los echamos por el costado al agua, amarrados a la jarcia para poder bajar los seis que quedábamos (...) otros compañeros se lanzaron al agua sin nada absolutamente de protección, algunos de ellos murieron quemados en el mar al encenderse el diesel en el agua que nadaban”.
Lo que mi abuelo no narró ahí, fue que se regresó a su camarote a ponerse los pantalones y tomar sus ahorros. Mario Moya sí consignó el hecho de manera anecdótica: “ante el peligro de las calderas exploten y con valor sobrehumano, los tripulantes se arrojan al mar, otros tardan en echarse al mar –como el fogonero José Vargas, que regresa a su camarote de proa ¡a ponerse los pantalones y recoger sus ahorros!–”.

De ahí los recogió un guardacostas de Estados Unidos y los llevó a Miami. Un recorte de un reportaje de la época muestra a mi abuelo y cinco de sus compañeros en un hotel de Miami, oyendo la radio, días antes de que volaran a México, donde acompañaron al presidente Manuel Ávila Camacho en el zócalo de la Ciudad de México, cuando dio su discurso sobre la participación de México en la guerra. El recorte, que lo tengo gracias a la maravilla del internet, tengo entendido que apareció en varios periódicos de la época, porque los estadounidenses sabían que significaría la declaración de guerra de México a las potencias del Eje.

En una colección llamada Gesta en el Golfo, de la que incluso se sirvió Moya Palencia para escribir el libro mencionado, vi una foto suya de entonces. Mi abuelo de 18 años mira al frente, muy serio, muy peinado, muy formal.

Concluyo con otra cita de mi abuelo, José Vargas Ortega, de 1989: “estos hechos a 47 años de sucedidos, los recuerdo con tristeza, pues mi vienen a la memoria mis compañeros y amigos que murieron en el Potrero del Llano, que fue el primer buque mexicano torpedeado de la Marina Mexicana y el primero en la Segunda Guerra Mundial, y me llena más de tristeza el hecho de que ni el gobierno ni la empresa de Petróleos Mexicanos y menos el sindicato se han preocupado jamás por otorgarle algún beneficio de ninguna clase a los supervivientes de los barcos hundidos de la flota petrolera que aún vivimos. A 47 años de distancia los recuerdo con emoción y con fraternal cariño”.


Publicado originalmente en La Jornada Veracruz