20090601

Día de la Marina


Cada 1 de junio, día de la marina, recuerdo, invariablemente, a mi abuelo José Vargas, conocido como Chocolate y también como El Marino. El primer sobrenombre se lo ganó por comer dulces a destajo. El segundo, porque fue marino desde los 18 años o antes. Él murió en 1992, el 17 de enero.

Yo tenía 12 años e iba en 1º de secundaria. La última vez que lo vi fue el 17 de diciembre del año anterior: fui a su casa con un primo para pedirle dinero para cohetes, él nos lo dio y ofreció llevarnos a la casa, pues iba para allá. Mi primo dijo que no, porque primero íbamos a comprar los cohetes. Yo le dije que sí, sentía algo raro, no me quería despedir, pero mi primo dijo que si no lo acompañaba no me daría mi parte de los ansiados e ilegales explosivos, y pudo más la amenaza.

Nunca se me ha quitado el desasosiego que sentí en los días siguientes, cuando fue a la casa y no lo vi porque no estaba, cuando fui al hospital y no me dejaron pasar por ser menor de edad, o el día que mi mamá recibió la noticia de su muerte y a su vez se la comunicó a mi abuela con unos histéricos gritos que quedaron marcados en mi memoria como marcas de fuego, y es que mi abuelo fue la primer muerte que sufrí; el desasosiego de verlo frío, en su ataúd, de ver a su gato, un siamés de nombre Socio, triste, sobre su silla de ruedas. Lo cremamos en Veracruz. Nunca he regresado al puerto mas que haciendo escala. Ni quiero ir.

Sus cenizas las esparcieron en el mar, en Roca Partida, donde chocan dos corrientes encontradas y es peligrosísimo navegar, por lo que PEMEX nos prestó un helicóptero (todavía existía el departamento de Transportes Aéreos, ahí trabajaba mi papá). Aún hoy, si escucho la canción El marinero, de Cri-Cri, lloro.

Bueno, a lo que iba. Era mi intención rescatar un texto que escribió mi abuelo precisamente para un 1 de junio, en recuerdo de sus compañeros que murieron en el Potrero del Llano. Es que mi abuelo era sobreviviente de la segunda guerra mundial, o WWII, como le dicen los gringos. Y cómo, se preguntará el lector, si México no tomó parte en la segunda guerra. Wrong! México sí participó. Al principio se mantuvo neutral. Pero Alemania propuso ser su aliado, lo único que México tendría que hacer era no vender hidrocarburos a los gringos. México siguió haciendo negocios y eso enojó mucho a Alemania. Entonces, con submarinos, mandó torpedear a los cargueros petroleros. México declaró la guerra a Alemania y mandó un escuadrón de aviación y no recuerdo qué más. Entre los barcos petroleros torpedeados están el Potrero del Llano, el Faja de Oro y el Amatlán. Son los que recuerdo.

Mi abuelo, que tenía entonces 18 años, era fogonero en el Potrero del Llano.

La nota, que él tituló A mis compañeros caídos, da cuenta de cómo escaparon del barco en llamas, que no fue fácil, tomando en cuenta que el petróleo que llevaban se derramó y se incendió frente a costas cubanas.


El Potrero del Llano en llamas




Lo que no relató es que, tras el primer impacto del torpedo, salió a cubierta sin pantalones, y cuando vio de qué se trataba, regresó a ponérselos a su camarote, pues, además, ahí llevaba sus ahorros.

Cuando lo platicaba no le creíamos, hasta que, años después de su muerte, leí en un libro que se llama Mexicanos al grito de guerra, de Mario Moya, algo así como, y cito de memoria, “ante el inminente peligro de que explotaran la caldera, los marineros se precipitaron a cubierta (el fogonero de segunda, José Vargas Ortega, ¡regresó a su camarote por sus ahorros!)”.

Después en una colección llamada Gesta del Golfo vi una foto suya de entonces, donde también lo mencionan como parte de la tripulación sobreviviente, me la enseñó Juan Márquez Acevedo, sobreviviente del Amatlán. Mi abuelo de 18 años mira al frente, muy serio, muy peinado, muy formal.

El recorte del periódico, como decía, no lo conseguí, sólo lo tiene una tía que ahora vive en el DF y que, por estos días, se está quedando en Monterrey. Se los debo.

Mi abuelo, junto con otros sobrevivientes, fue objeto de múltiples homenajes cada día de la marina, asistió a varias cenas a los Pinos y por ahí hay algunas fotos con presidentes. Lo que un submarino alemán no logró, la diabetes sí.